domingo, 11 de mayo de 2014

No pierdas ojo al ratón y al teclado

Me comenta un amigo una triste anécdota. Una de esas que dan ganas de escribir otra vez sobre lo mismo. La ineficiencia del mundo empresarial. Sí, otra vez. Sé que siempre estoy dando la murga con lo mismo, pero no os preocupéis. Se avecinan profundos cambios en mi vida profesional que quizás me alejen de este extraño mundo por un tiempo. Y entonces quizás me dé por escribir sobre otras cosas.

Me dice que está completamente indignado. Trabaja en una gran empresa del mundo de la tecnología, desarrollando software y diseñando complejos algorítmicos de inteligencia artificial. El otro día acude al servicio de soporte informático de su empresa a pedir material: un adaptador VGA para su portátil. La respuesta le deja de piedra. "No te podemos dar un adaptador VGA —le dicen— porque ya te dimos uno DVI. Si quieres el adaptador, tendrás que hablar con tu jefe y cargarlo a vuestro proyecto".

Y con esta simpleza de miras, zanjan el problema.

Porque claro, lo que no puede ser, no puede ser. ¿Qué es eso de pedir un segundo adaptador para el portátil? Seguro que ni lo necesita. Seguro que lo quiere para llevárselo a casa y enchufar su ordenador a la TV para ver películas. O peor aún. Igual lo quiere para montarse un chalet de lujo en primera línea de playa. Con casino. Y furcias. No, no, no. Además, no podemos gastar el presupuesto en caprichitos tontos. Te apañas con el adaptador DVI, y si no, no haberlo pedido. Que se empieza con mierdas de estas y al final esto acaba como El Chocho de la Bernarda.

Por supuesto, existe una segunda interpretación. Una que quizás no esté al alcance de todos. Quizás podríamos pensar que el chaval pide un adaptador porque lo necesita para trabajar. Quizás podríamos imaginar que, de negárselo, su productividad podría verse mermada. Imaginemos una reunión en la que el chico tenga que proyectar una presentación. Imaginemos los 15 o 20 minutos tratando de hacer que el adaptador DVI funcione con un proyector que no esté preparado para ello. Y contemos, contemos. 15 o 20 minutos de salario de mi amigo, más otros 15 o 20 minutos por cada asistente. Cientos —sino miles— de euros tirados por el retrete por no querer comprar un puto adaptador que vale 10 euros.

También podríamos pensar que las personas que trabajan en tu empresa son responsables. Que si piden un adaptador, es porque lo necesitan. Confianza, creo que se llama. Confiar en la profesionalidad de tu propia gente. Algo que debería ser un principio fundamental en toda organización que pretenda ser mínimamente eficiente. Si realmente no confías en tus trabajadores ni siquiera para algo tan básico como pedir un adaptador VGA, lo mejor que puedes hacer es echarlos a todos a la puta calle y sacar el trabajo tú solito.

"Pues esto no es nada —me dice mi amigo—. En mi anterior empresa, la cosa era todavía más grave. En una ocasión mi jefe me dijo que no perdiera ojo al ratón y al teclado, porque se cargaban al proyecto y los propios compañeros de otras áreas solían robarlos para ahorrarse la inversión".

Y entonces caes en la cuenta. Te acuerdas de tu propio compañero de mesa, que se encontró un lunes cualquiera con que alguien se había llevado el adaptador VGA que estaba conectado a su monitor. Y recuerdas que ambos pensasteis que el hurtador se lo habría llevado a su casa. Para enchufar su ordenador a la TV para ver películas. Con casino. Y furcias. Y es entonces cuando te da por pensar que, quizás, el adaptador no ha salido de la oficina. Quizás está en manos de alguien que solicitó uno al equipo de soporte y le denegaron la solicitud. Alguien que intenta ser más productivo, a pesar de su propia empresa.