miércoles, 3 de septiembre de 2014

Atrápame Si Puedes

Ya nos lo mostraba el maestro Spilberg en Atrápame Si Puedes. Aunque lo hiciera con una pobre interpretación por parte de un pobre actor principal —puedo creerme muchas cosas, pero no una interpretación de DiCaprio—, pudimos saber de las aventuras del joven Frank Abagnale, y de cómo echándole mucho morro y un buen par de cojones consiguió defraudar un montón de pasta haciéndose pasar por piloto comercial, médico o abogado, entre otros. 

Dicen que el truco está en la autoridad. Nadie es capaz de cuestionar la legitimidad de un individuo vestido con uniforme de piloto. Nadie te pararía en el aeropuerto y te pediría tu acreditación a la hora de subirte a un avión. No con uniforme, y no en aquellos tiempos. Por suerte, hemos aprendido mucho. Hoy día es impensable que alguien se haga pasar por otra persona con un truco tan sencillo. Nos daríamos cuenta en seguida. Ya no somos tan crédulos. El mundo de hoy día es mucho más peligroso, y no estamos dispuestos a que nos la cuelen con tanta facilidad. 

¿Verdad?

Entre semana suelo levantarme temprano. Seis y media o siete. Salgo de casa para estar a las ocho y pico en la "oficina". Allí me tiro programando toda la mañana y toda la tarde, con apenas una parada de treinta o cuarenta minutos para comer. Sobre las siete llego a casa, y suelo ponerme a... programar. Después saca al perro, haz cosas en casa para que no te coma la mierda y, cuando te quieres dar cuenta, ya estás en la cama. Y vuelta a empezar. Los fines de semana son diferentes. Normalmente los dedico a otras distracciones, aunque raro es el sábado o domingo que no abra el portátil.

Pese a ello, no me considero una persona excepcionalmente trabajadora. Siempre trato de aprovechar mi tiempo, porque sé que es el recurso más escaso que tengo. Por eso escribo poco en este blog. Por eso escribo poco en Twitter. Por eso dedico poco tiempo a hacer que los demás conozcan lo que hago. Y esto es así por una razón muy sencilla: cada minuto dedicado a venderme a mí mismo, es un minuto menos dedicado a trabajar y a hacer cosas. Es una dicotomía: o haces o dices que haces. Así de sencillo. 

Si el joven Frank Abagnale hubiera vivido su veintena a día de hoy, no hay duda de que las cosas le hubieran ido de otra forma. De otra forma, sí, pero quizás no muy distinta. Es cierto que las autoridades son cada vez más celosas. Y, por mucho uniforme que vistiese, le habría costado lo suyo convencer a un empleado de banca de que le aceptase un falso cheque. Pero eso no significa que nuestra sociedad carezca de individuos dispuestos a ser engañados con técnicas no mucho más sofisticadas. 

Hoy día, Frank podría haber montado un par de startups, y haber invertido el 120% de su tiempo en hablar en Twitter y en la Abagnalista de lo cojonudas que son. O podría haber escrito un libro a los 18 años, contandole a todo el mundo lo cojonudo que es fundar empresas sin haber estudiado o trabajado en su vida. Podría haberse inventado una identidad, una imagen ajena. Una con mucha autoridad, como un uniforme de piloto. Algo que nadie cuestionase. Y podría dedicar la mayor parte de su tiempo a desarrollar esa imagen, a alimentar esa mentira. De esa forma y con escasos méritos tangibles, Frank puede reivindicar el papel de gurú del mundo digital y del emprendurismo. Habría cientos... qué digo cientos, ¡miles! Miles de personas dispuestas a aceptar esa mentira, a dejarse guiar. A desparramar su admiración ante el gran emprendedor de Internet o el último gran genio adolescente. 

Se trata de la misma dicotomía. ¿Te apuntas a un curso de Big Data en Coursera, o estudias un Master en Big Data en Standford? ¿Te apuntan a ti y a otros cientos a una lista de correo de la UE, o eres Consejero de la Vicepresidencia? ¿Ayudas a alguien a vender empanadas por Internet, o eres el Steve Jobs de la gastronomía gallega? O como alguien dijo en este mismo contexto: ¿hablar, y hablar, y hablar, y hablar, y hablar, y hablar... , o hacer? 

Ha pasado mucho tiempo. Pero Frank, a día de hoy, tendría su vida resuelta. Igual que ayer. 

3 comentarios:

  1. Plas, plas, plas. El mundo es y seguirá siendo de los charlatanes. El dicho ese de "no solo hay que ser bueno, hay que parecerlo", es sólo una medio verdad, parecer bueno es más que suficiente

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  2. Creo que muchos ingenieros tendemos a cometer el error de despreciar todo lo que no conseguimos racionalizar convenientemente. En general con lo relacionado con el marketing y la sicosociología.

    Las máquinas son bastante deterministas, pero cuando entramos en el terreno de lo humano, no está clara esa dicotomía entre unos y ceros, entre hacer o hablar, sino que hay un termino medio en el que, aunque nos duela, "hacer el mejor producto" no siempre es mejor que "hablar y hacer un producto subóptimo".

    Yo voy a empezar a ir a trabajar con chistera.

    Digo esto para crear algo de polémica.

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    1. Estoy totalmente de acuerdo, Guido. Pero creo que hablamos de cosas diferentes.

      Este texto no trata sobre las personas —necesarias, imprescindibles— que desarrollan tareas fuera del plano técnico. Si se desprende eso, es que está mal escrito.

      El texto trata sobre personas técnicas, sobre ingenieros, desarrolladores, hackers, gurús de la tecnología, que realmente... no lo son. Personas que, pese a sus claras limitaciones, logran ser referentes en el plano técnico para tantas y tantas personas gracias a dedicar cantidades ingentes de recursos a publicitar su propia imagen. Farsantes, sería la palabra adecuada. O quizás charlatanes, como dice Javi.

      Una cosa que no menciona el texto es que, desde luego, la virtud está en el término medio. Que un crack debe dedicar tiempo a que los demás le conozcan. A vender sus méritos, su talento. El problema viene cuando te encuentras a personas vendiéndose y, tras rascar un poco la superficie, te das cuenta de que todo era cartón piedra. Personas con muy pocos méritos tangibles, con muy poca capacidad analítica, pero que han logrado convencer a toda una comunidad de que ellos son la referencia, el conocimiento, el criterio.

      En fin, ¡gracias por alimentar la polémica!

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