martes, 20 de marzo de 2012

Me ha fallado usted por última vez

La flota estelar imperial viaja a toda hostia por el hiperespacio en dirección al sistema Hoth. Por fin, después de mucho tiempo buscando, han dado con el paradero de la base rebelde oculta: un jodido cubito de hielo donde sólo habita una especie de Yeti al que le falta medio brazo. Normal que no les encontráramos. ¿A quién coño se le ocurre instalar una base en un sitio como ese? Con la de parcelas ajardinadas tiradas de precio que se venden en la séptima luna de Endor. Bueno, es igual. Pues vamos para allá echando hostias. Tras un ratejo viajando, Vader nota como la nave frena al salir del hiperespacio —porque esas cosas se tienen que notar, digo yo— y, acto seguido, entra en su despacho uno de sus oficiales. 


—Hemos salido del hiperespacio, Lord Vader —le dice el general Veers—, y parece que los rebeldes nos han descubierto. 


—¡No me joda usted, Veers! —le responde Vader— ¿Por qué coño hemos salido del hiperespacio tan cerca del sistema? 


Veers traga saliva, nervioso. 


—Ha sido cosa del Almirante Ozzel —se excusa el general. 


—¡Me cago en su gran p...! —grita Vader lleno de furia— Bueno, es igual. Id preparando los AT-AT, y esta vez no olvidéis ponerles el collar de pinchos. 


Acto seguido, Vader se gira hacia la pantalla de su computador y abre el Skype. Al rato, aparece la imagen del Almirante Ozzel haciendo como que trabaja. 


—Lord Vader —empieza a excusarse—, acabamos de salir de la velocidad luz...


No llega a terminar la frase. Vader se deja llevar por toda su mala hostia, saca a relucir sus dotes telequinéticos, y comienza a estrangular la traquea del sujeto hasta producirle a la muerte. 


—Me ha fallado usted por última vez, almirante —sentencia Lord Vader mientras su subordinado muere entre horribles gorgoteos.


Un tanto de metraje más tarde, le llega el turno al capitan Needa cuando acude a disculparse por perder de vista al Halcón Milenario.

—Disculpa aceptada, capitan Needa —pero de aceptada nada; el pollo muere igualmente tratando desesperadamente de respirar. 


Inquietante, ¿verdad? Vaya mala follada que tiene el amigo, pensarían algunos —o todos—. Se cumple una vez más el estereotipo de malo malísimo hollywoodiense. Vale que los chavales la cagaran un par de veces, pero tampoco es para ponerse así, ¿no? 


¿Seguro? ¿Seguro que no es para ponerse así?


Ambas cagadas son —irónicamente— de película. Por culpa del Almirante Ozzel, los rebeldes tienen tiempo de reaccionar y preparar una evacuación que les salva el culo.   La gracia le cuesta al imperio cepillarse a casi toda la Alianza Rebelde y capturar al listillo que se cargó la Estrella de la Muerte antes de que se vaya de rositas. Por otro lado, el Capitán Needa pierde de vista una nave de 26.7 metros de longitud —increíble las chorradas que te encuentras en la Wikipedia— que realmente llevaba pegada como una lapa en el exterior del casco de su propio destructor estelar —¿es que no tiene periscopio o qué?—.  Vamos, un par de fallitos tontos. 


Ahora pensemos que no se trata de una película de ciencia-ficción, sino de la realidad del día a día en las empresas en las que trabajamos. ¿Seguro que no es para ponerse así? Imaginemos que el Almirante Ozzel y el Capitán Needa son un par de cargos intermedios en la empresa en la que trabajamos. Resulta que su incompetencia, ineptitud, incapacidad, mediocridad, etc —llámalo X, pero llámalo— arruina el esfuerzo de muchas personas y acaba con el buen trabajo de todo su equipo. ¿Sigue sin ser suficiente para ponerse así? Bueno, entonces imagina que se trata de tu propia empresa, y que estos dos pollos te han hecho perder un par de centenares de miles de euros. ¿Ahora sí lo ves? 


Cagadas como las de estos dos individuos ocurren por manojos todos los días. Las estructuras de las empresas —especialmente las grandes— favorecen —y aquí estoy generalizando— que los cargos intermedios sean ocupados por personas que están muy lejos de ser las más preparadas y competentes para desarrollar el cargo. No voy a contaros cosas como el Principio de Dilbert o el Principio de Peter, que sin duda tienen mucho que ver en esto. Tampoco entraremos en detalle en cómo las habilidades para sobrevivir en la empresa suelen triunfar sobre la diligencia y el buen hacer —que parezca que eres bueno puede ser más fácil y relevante que serlo— y, cómo eso combinado con la tendencia que todos tenemos a rodearnos de personas con perfiles similares al nuestro derivan en jerarquías endogámicas formadas por individuos mediocres. 


Sin entrar en detalle, insisto, lo que hace Lord Dark Vader es proteger su negocio —o su gestión— de la incompetencia de aquellos que han tomado decisiones nefastas, demostrando que el cargo les queda grande. Y no es el único caso de ejemplo. En estos días en los que la figura de Steve Jobs está muy presente, no debemos olvidar que Apple ha logrado alcanzar muchos de sus objetivos gracias a unos criterios de excelencia que muchos considerarían —y consideran— tiránicos. Si Steve Jobs no hubiera dispuesto de los mejores profesionales en todos y cada uno de los campos que intervienen en el desarrollo de sus cacharros, no tendríamos iPhones, ni Macbooks, ni iMacs, ni ninguno de esos aparatejos que tanta importancia le dan hasta al más mínimo detalle dejándonos boquiabiertos. Jobs lo logró deshaciéndose de todos aquellos que no daban la talla, en su caso —afortunadamente— sin que la sangre llegara al río —aunque bien es cierto que las formas con las que acostumbraba a despedir a sus subordinados podría habérselas ahorrado—. Se rodeó de los mejores. Y lo consiguió. 


En fin. Sólo me queda soñar con el día en que uno de tantos gerentes de mi empresa entre en el despacho de su director y se siente con cara de preocupación en la silla. Entonces, su director le espetará con voz grave:


— Me ha fallado usted por última vez. 

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